| Colores: gris asfalto • blanco perla • violeta
| Flora: flores silvestres de la pradera • higueras sagradas • árbol de yaca
| Fauna: gatitos de pagoda • perritos guardianes de almas inocentes • mariposas
| Sabor a: calamar asado a la parrilla • stir fry picante con guisantes verdes y pimienta de Kampot • cerveza fría
Cuando al final del retiro comenté que mi próximo destino era Phnom Penh, la capital de Camboya, muchos se sorprendieron que de la calma que habíamos experimentado en los últimos días, yo fuera a "saltar" al ritmo de la ciudad. La verdad no lo pensé mucho antes de comprar el tiquete, pero ya no había vuelta atrás así que abracé el presente y esperé que todo se diera de la mejor forma. Para mí fortuna el viaje transcurrió sin ningún contratiempo y gracias a que ya llevaba un par de semanas en el país, no me costó adaptarme a la vida de la antigua "perla de Asia", la misma que recibe su nombre de una leyenda de la mujer que encuentra budas escondidos bajo un árbol en las faldas de la montaña.
Un amigo que vino hace poco pero no visitó la capital me hizo pensar en por qué quise venir a esta ciudad y la verdad es que quiero adentrarme un poco más en su historia reciente, esa que me produce escalofríos, pero también me hace admirar enormemente a este pueblo por su capacidad de levantarse. Así que no dudé registrarme en un tour para explorar lo más importante de la ciudad caminando, antes de adentrarme en la oscuridad de su pasado. Recorremos callejones llenos de motos, mercados que de occidente no tienen sino la estructura, palacios, grandes avenidas y pagodas. Para mí sorpresa, el guía no sólo se encarga de llevarme a esos lugares que quería ver, sí no que también va dejando pistas sobre esa parte de la historia de la que muchos en Camboya prefieren no hablar. Se siente como las cicatrices de ese pasado siguen sin sanar, pues lo más probable es que todos los que viven hoy hayan perdido a alguien en una guerra tan confusa como injusta.
Parece que muchos se contentaron con señalar culpables que no pudieron hacer frente a las acusaciones, pero en el fondo creo que la verdad estará para siempre oculta (sobretodo para una turista como yo que apenas viene un par de días a tratar de hacer sentido de la poca información que nos llega al otro lado del mundo). En mi segundo día, recorro esos lugares con nombres sombríos y sanguinarios... No puedo evitar sentir una tristeza profunda, pero a la vez una luz de esperanza en medio de tanto dolor. Siento que la naturaleza está tratando de sanar todos esos lugares en los que tantos perdieron la vida, veo que ese verde tratar de liberarse de el dolor y darle a este pueblo una segunda oportunidad, un lugar dónde la gente no sea juzgada por ser diferente, por tratar de educarse en busca de un mejor futuro para los suyos, dónde todos puedan sentarse a la mesa y convivir a pesar de hablar, pensar y sentir diferente...
No fue hasta que llegué aquí a Phnom Penh que entendí realmente las palabras de alguien al otro lado del mundo. En una cena, un familiar cercano de mi cuñada, con una educación y proveniente de un contexto cultural distinto al del resto de nosotros me dijo que el prefería compartir con personas que no pensaran lo mismo y que fueran diferentes a él. Mi cerebro no entendió realmente lo que escuché esa noche, pero aquí, ahora tiene todo el sentido... Que oscuro sería el mundo si no aceptamos nuestras diferencias, todas esas que traen diferentes colores al tapiz de retazos del que somos parte como humanidad. Que triste sería... Que triste es que algún día en Camboya pensaron que esa sería la solución a sus problemas, acabar con los que no pensaban lo mismo y no sólo con ellos sino con toda la cultura y la educación de la que hacían parte. Es desgarrador y escalofriante pensar en todos aquellos que murieron y aún peor las "razones" con las que se justificaba su muerte. Ahora tiene más sentido que el pueblo de Camboya se aferre tanto a Angkor y su legado arqueológico, pues fue lo poco que sobrevivió los años turbulentos del régimen.
Ahora sí se siente la ciudad después del silencio. No puedo ser inmune a caminar por el mercado y ver en la sonrisa de las personas la esperanza más viva que nunca. No puedo ser inmune a compartir la mesa con jóvenes en los que un nuevo futuro para esta nación espera. Siento cada esquina de esta ciudad hablándome y con una última vista al río Tonlé y la primera de una de las ramificaciones del gran Mekong me despido de Camboya con el corazón enamorado de ella.
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