| Colores: naranja atardecer • gris roca • verde esmeralda
| Flora: helechos gigantes • flores silvestres de colores
| Fauna: mariposas de colores • aves rapaces • cabras y búfalos • gatitos guardianes de zapatos
| Sabor a: arroz con salsa de soja, ajo y chiles • estofados en ollas calientes • licor de maíz
Un bus nos lleva hacia el puerto que no hace mucho fue golpeado por uno de los peores tifones que ha visto el norte de Vietnam. Algunas huellas del impacto aún se ven en las poblaciones cerca de la costa y también en los islotes de roca caliza que emergen de las aguas esmeralda de la bahía. Nos embarcamos en un bote pequeño que nos llevará a uno más grande en el cual podremos explorar una parte más recluida donde podremos acercarnos al agua en pequeños kayaks e incluso sumergirnos. Saludo a las aguas saladas de esta parte del Mar de la China Meridional y termino por saltar. La tarde transcurre tranquila y con algunos cócteles de por medio.
No recuerdo haber dormido en un barco a parte de aquellos en los que hacíamos investigación (en eso que ahora se siente como mi vida pasada). El sentimiento esta vez es diferente. Todo está en calma, no me siento en peligro ni que hay algo más que debería estar haciendo. Descanso y disfruto de la vista en la Bahía del Dragón descendente o Ha Long a bordo de un crucero en el que la banda sonora de Titanic se puede escuchar de fondo en el comedor. Al parecer solo otro pasajero parece notarlo, nos miramos y reímos en silencio.
A bordo de "La Pandora" (así se llama el crucero, como la figura mitológica que deja libres todos los males del mundo), tengo tiempo de leer, escribir y tomar el sol antes de volver a tierra firme recargada para la próxima travesía que me espera. Una un poco más aventurera y lejos de la comodidad, pero sin duda una que me llevará a otro lugar que soñaba conocer: las montañas del norte de Vietnam. Tarde esa misma noche, conozco a algunos de los que serán mis compañeros por los próximos tres días. Un bus nocturno nos lleva de la capital a Ha Giang, la ciudad en la que empezaremos nuestro recorrido la mañana siguiente a las orillas del Río Lo.
No pensé mucho antes de registrarme para este recorrido, simplemente empaque una maleta pequeña para un par de días y me aventuré en la parte trasera de una moto por las laderas que separan a Vietnam de China. No suena mucho como yo, no es verdad? Pues bueno, no planear con anticipación ha sido uno de mis retos más grandes en este viaje. He tratado de leer solo lo suficiente también para mantener mis expectativas equilibradas... Pero incluso si hubiera leído, creo que nada me hubiera preparado para lo que me esperaba.
Lo primero fue conocer al que sería mi chófer y a decir verdad mi compañero más cercano en esta travesía de casi 350 Km, Say (al menos así me lo escribió en el teléfono, pero no creo que es su nombre real, sí no uno cómo el que muchos usan en este lado del mundo para que los extranjeros puedan pronunciarlo). Su sonrisa y su amable sacudida de manos me dijo todo lo que su escaso Inglés no pudo. Nos subimos a la moto y junto con los demás del grupo empezamos nuestro camino a Dong Van, nuestra primera posada. Recorriendo caminos sinuosos y estrechos, subimos y bajamos las colinas, atravesamos valles, anduvimos junto a ríos, cruzamos praderas llenas de flores, campos de búfalos pastando, cabras, laderas sembradas de maíz, terrazas de arroz, aldeas de gente vestida de todos los colores, niños sonrientes que nos saludan al pasar, mujeres llevando a cuestas sus canastas o sus niños y hombres que miran al horizonte en sus trajes oscuros y boinas.
Ojalá pudiera haber memorizado todo lo que ví en ese recorrido, pero al menos puedo decir que traté de habitar cada minuto que logré estar plenamente conectada a la experiencia. Al principio me costó un poco confiar en las curvas y en las habilidades de mi conductor para cursarlas de la mejor forma, pero una vez lo logré y me dejé llevar, pude ver con más claridad el verde de cada montaña, el azul detrás de cada nube, el sol esperando en cada curva, la frescura de la sombra, el agua de las cascadas y sobretodo a mí... Allí sentada de copiloto, viendo lo increíble de la vida que me rodeaba y simplemente tratando de absorberlo todo con cada respiración.
La libertad que sentí en la parte de atrás de esa moto y lo feliz que fui durante esos kilómetros, son sensaciones a las que espero siempre poder volver cuando la vida se ponga difícil. Aunque, debo admitir que tuve que soltar algunas cargas en el camino para poder llegar a sentirlas en plenitud y con ello además de la sonrisa, vinieron las lágrimas. Lágrimas de una vieja herida que no ha sanado en más de diez años y que una parte de mí se ha empeñado en mantener abierta esperando que un milagro pase (en el fondo siempre sabiendo que ese "milagro" está más en mí que allá afuera).
Bueno, pues creo que una de esas noches en medio una hermosa aldea en las montañas algo finalmente se movió en mí. En realidad es difícil de explicar, pero fue cómo si un lugar que había estado encerrado y sin oxígeno se hubiera abierto al mundo llenándose de colores en el viento (así como cantaba Pocahontas), por fin... Creo que lo que mantenía abierta la herida y cerrado ese lugar en mí, era la ilusión de algo que quería ver por lo que podría ser y no por lo que en realidad es... Y no importaba cuánto lo entendiera mi mente, pues hasta que no fue mi corazón el que lo asimiló, esa claridad tanto dolorosa como liberadora no llegó a mí.
En esas montañas dejé esa ilusión que mantuvo a mi corazón nublado. La envolví con todo el amor que pude, la abracé, le agradecí por tantos años de aprendizajes difíciles y la solté en el aire de Du Gia. Pareciera cómo si mi corazón nacido en las montañas del sur de Colombia necesitaba llegar hasta aquí a visitar espíritus de montañas al otro lado del planeta para poder liberarse. Así es a veces, no? Tenemos que recorrer rutas inciertas para encontrar algo que nos permita sanar. Me suena un poco a todos esos cuentos en los que el héroe va en busca del agua de la vida o de la poción mágica que salvará a la princesa en peligro, pero a diferencia de los cuentos nos toca ser nuestro héroe y princesa al mismo tiempo, porque en la realidad nadie más puede sanarnos... Al menos no dónde más duele.
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