Esas señales que no esperan pueden darnos el coraje para trazar nuestra propia ruta...
La señal
La vida a veces se me va buscando señales, en las miradas, en las canciones, en las páginas de los libros, en las estrellas, en las aves que tanto me gusta fotografiar… hasta en las placas de carros, a decir verdad. Se me puede pasar el rato buscando pistas que me den la respuesta a las preguntas que hasta me cuestan poner en palabras. Pero han sido esas señales que no buscaba las que me sacuden y pronto me llevarán a lugares con los que soñaba, pero no me atrevía a hacer lo necesario para ir tras ellos.
Hace un año recibí un diagnóstico (para mi fortuna un tanto desacertado), que por un par de meses me hizo pensar en todos esos escenarios que podían convertirse en improbables en un futuro cercano. El primero que llegó a mi cabeza, y quizás el que más me impactó, fue que tal vez tendría que renunciar de alguna forma a mi sueño de viajar por el Sudeste Asiático a lo “Comer, Rezar y Amar” (como bien lo señaló un amigo cercano hace unos días). En ese momento, me quedé helada y sentí que una parte de mi corazón se rompía en pedazos.
Tal vez parezca absurdo que al enfrentarse a una palabra tan aterradora como “cáncer”, la primera cosa en la que pensemos sea el plato de comida que ya no podremos disfrutar en medio de un mercado al otro lado del mundo, pero eso fue exactamente lo primero que pensé. Así que apenas descubrí que ese terrorífico diagnóstico estaba errado (como el de muchas otras mujeres que se enfrentan a una enfermedad que hasta ahora está siendo visibilizada como la endometriosis), en mi cabeza se fijó una idea clara de que mi próximo viaje tenía que llevarme a esos lugares con los que únicamente me había atrevido a soñar.
La ruta
Por meses, pensé e intenté miles de rutas y alternativas que podrían llevarme más cerca de ese rincón del planeta. Sobre todo, busqué y apliqué a un sinfín de trabajos que me permitieran llegar ahí… y debo admitir que hasta consideré algunos que me hubieran forzado a vivir cerca de mi ex (lo cual en el pasado hubiera sido razón suficiente para ni siquiera considerar un trabajo). Sin embargo, por más abierto que mantuve el radar, ninguna puerta parecía abrirse, para mí (y la verdad en ningún otro que no fuera mi tierra nativa).
Sin duda, esto me llevó a cuestionarme sobre lo que de verdad quiero y decidí que no podía seguir esperando a que la vida se viera como imaginaba hace tiempo para ir tras lo que hoy sueño. Sentí que no podía sentarme a esperar a tener un trabajo, o un hogar, o una pareja para decidirme a viajar… Y por primera vez vi esta ventana de tiempo en la que soy tan libre que me asusta, con otros ojos. Aprecié la oportunidad que tengo frente a mí para hacerme todas esas preguntas incómodas y experimentar el mundo de mi mano, como nunca antes había hecho.
Ciertamente, esta no es la ruta que esperaba ni que llegué a imaginar que tendría el coraje de transitar, pero es la que elegí y que justamente en tres semanas me llevará a aterrizar en las profundidades de mi propia compañía y a orillas del río Mekong.
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