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Writer's pictureCatalina Ramírez-Portilla

El verde que rodea el Mekong

| Colores: verde jungla • marrón orgánico • azul cielo • naranja de túnica de monje aprendiz

| Flora: rosa del desierto • veraneras • alhelí rosado

| Fauna: libélulas rojas • vacas rojizas • gatitos negros • perritos de mesa

| Sabor a: ensalada laap de res • cerdo al ajo • asados • beerlao en todas sus presentaciones


Había soñado llegar a las orillas de este río y sentir que todo estaba en paz, pero nunca había escuchado tanto voces en mí como ahora... Es como que cuando se logra minimizar el ruido de afuera, muchas fuerzas (todas esas que hacen parte de quién somos) empujan por salir así sea a tropezones.


Está por un lado esa voz mía que quiere hacer todo cómo si no hubiera un mañana, esa misma que escuchó de un extraño en un crucero que había una ciudad en Laos donde abundaban las actividades extremas en medio del verde y no pensó dos veces en cambiar de planes para venir hasta Vang Vieng, la que fue algún día la capital de los turistas y las fiestas sin control, pero que ha logrado cambiar la razón por la que todos quieren pasar por aquí. Esa misma voz fue la que a pesar de todos los temores que me acechan me llevó a surcar en un kayak las aguas del Río Nam Song, un afluente del Mekong, y a lanzarme en tirolina entre las copas de los árboles. Si me conocen y han visto la película "Intensamente", sabrán que la emoción que usualmente está al mando en mi cabeza es el temor, esa figura delgada de color violeta que se la pasa comiéndose las uñas y pensando en todo lo que podría salir mal para mantenerme a salvo, pero que también suele alejarme de vivir experiencias asombrosas como esas dos que hicieron mi corazón latir mucho más rápido de lo que recuerdo haberlo hecho en años.


Está por otro lado esa voz mía que siente todo con intensidad, que me hace derramar más de una lágrima bien sea viendo las noticias o un hermoso gesto en medio de la multitud. Esa es la parte mía que fue feliz en las calles de Luang Prabang, caminando entre la gente, aprendiendo a cocinar comida local, visitando los mercados nocturnos llenos de tesoros hechos a mano, templos de colores, escuchando leyendas de los cuenteros locales y alimentándose de los atardeceres a las orillas del Mekong. Es la misma que se muere por ver un elefante en esta tierra que alguna vez fue llamada Lang Xang o el Reino del Millón de Elefantes, pero desconfía de que esos paquidermos hayan encontrado realmente la paz y una vida plena viviendo entre humanos.


Está también esa voz que quiere ver y absorber todo lo increíble de este planeta, esa que quisiera guardar pantallazos en algún lugar del corazón y por eso me lleva a obsesionarme con las fotos. Esa es la voz que algún día me llevó a la Biología Marina y la misma que me trajo a Laos en esta ocasión. En este país donde las calles rojas polvorientas contrastan con trenes de alta velocidad construidos por inversores extranjeros de dudosas intenciones, del que muchos no han escuchado, guarda al gran Mekong en medio de su verde corazón.


Otras voces también se han hecho sentir en estos días, esas que hacen preguntas que no sé cómo empezar a responder y otras tantas de las que sé la respuesta pero me cuesta escucharla. Es extraño todo lo que se siente cuando el final del viaje se ve más cerca y cómo algunas voces se hacen más claras, mientras que otras se van perdiendo... Sólo espero que las que queden me ayuden a impulsar ese salto que estoy dando para lograr subir a la cima de la cascada del dragón.



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