| Colores: verde pasto • rojo arenoso • amarillo del tallo de bambú
| Flora: campos de arroz • veraneras moradas • hierbas altas
| Fauna: gallos y gallinas • perritos callejeros • ganado cebú • gatito negro
| Sabor a: Borbor de pollo • café helado • estofado de res en salsa de ostras y champiñones • cerveza fría y maní salado
Quise dejar Siem Reap por un día para explorar el otro lado del Lago Tonlé (o Tonlé Sap) y la vecina provincia de Battambang. Debo admitir que antes de Angkor ya tenía cierta fijación con la primera imagen que llegó a mi vida de Camboya y era la de un "tren"o más bien una plataforma de bambú motorizada llena de costales de comida y gente transitando las viejas vías férreas. Me parecía muy particular que una vez el tren se encontraba con otro que venía en dirección opuesta, uno de los dos debía desarmarse por completo para dejar al otro cruzar. Así que me tomé el día para explorar Battambang con un amable conductor de romork que termina siendo mi guía por el resto del día: Mr. Kay.
Empecé por desayunar al estilo jemer (o como prefiero escribirlo Khmer), probando una receta que hace parte de la herencia China pero que ya ha sido incorporada en la gastronomía de Camboya: la sopa de arroz o borbor sach moan en Khmer. Esta sustanciosa sopa a la que se le puede agregar desde germinados hasta chile picante me dio toneladas de energía para el resto del día. Siguiente parada, el tradicional tren de bambú que ha sido adoptado por los locales como una fuente más de ingresos y le ofrece a los de afuera, una ventana mucho más cercana a la realidad de la gente de los alrededores. Un poco temerosa por la estructura fina de la plataforma, termine por acomodar encima de un cojín en la mitad y me tranquilizó recordar la fuerza que se esconde en la flexibilidad del bambú.
Las líneas del tren nos llevan a atravesar calles, ríos y la parte de atrás de varios barrios. Entre basura, pastizales altos, campos de arroz, callejuelas polvorientas y otras cosas, siempre vemos gente que sonríe a nuestro paso, animales domésticos que se apresuran a alejarse de nuestro motorizado y vehículos que nos dejan pasar. Creo que mi conductor me va teniendo confianza y en la mitad del recorrido se detiene y me hace señales para ver si puede subir unos pasajeros muy especiales al tren: sus dos hijos y otros pequeños que viven en su vecindario. Es domingo y los niños no dudan en saltar a la plataforma apenas me ven asentir. Me hizo feliz compartir el viaje con estos pasajeros y a pesar de que no haber cruzado muchas palabras, sus sonrisas son suficientes para tocarme el corazón.
El resto del día transcurre entre el río crecido por las lluvias, puentes colgantes que acercan a los vecindarios, casas antiguas de madera que conservan el estilo Khmer tradicional y otras tantas el franco colonial, pagodas budistas, cafés locales con propósitos sociales y deliciosos estofados. Sin embargo, no logro sacar las imágenes del tren de mi cabeza. En el bus de regreso a Siem Reap se me arruga un poco el corazón y por primera vez desde que salí de casa siento que quisiera tomar el primer avión y regresar. No sé si la lluvia que ha empezado afuera puede estar influenciando cómo me siento, pero hoy quisiera que alguien me abrace y me diga que todo va a estar bien.
Hoy me veo asaltada por esas emociones con las que suelo ser demasiado dura, pero hoy, las dejo ser... Justamente en la mañana, mientras desayunaba la sopita de arroz, hice el ejercicio de dejar atrás algo de mi pasado colegial que me recordaba esa necesidad de perfección que me hace aferrarme a imágenes y estándares irreales. Así que hoy fue el día de tomar el desvío en el tren de bambú y abrazar tanto la grandeza de Angkor como la realidad de su pueblo y de forma paralela, mi propia humanidad... Hermosa en su imperfección.
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